domingo, 31 de julio de 2011

Querida víctima

Querida víctima.
Ayer, mientras limpiaba de sangre mi cuchillo jamonero, mi despeinada, y llena de greñas ,cabeza de psicópata , no dejaba de darle vueltas a todo el daño que te había hecho. Lo sé, lo sé, he sido malo. Muy malo. Pero me arrepiento. ¿No es eso lo importante? ¿Arrepentirse de todo daño causado?

Quisiera pedirte disculpas por todas aquellas molestias que te causé. Me arrepiento tantísimo de aquellas notas amenazantes en las que describía cien maneras de matarte; de aquellas noches en las que deambulaba por tu casa, cuchillo en mano, y observaba tu rostro dormido, inspirándome para escribir dichas cartas, y hacía sombras chinescas sobre tu cuello con la hoja del arma, usando la luz de la fría Luna; de haberte hecho sospechar de otros y haber conseguido que creyeras que veías personas que te espiaban día y noche(era yo), y cuando los demás no te creyeron, haberte hecho pensar que estabas loca. Quiero pedirte perdón, también, por haber afilado mi querido cuchillo pensando en ti, es algo que nunca le he dicho a nadie y espero que me perdones por habértelo confesado. Me avergüenzo también de haberte seguido cada día sin que solo vieras de mí una sombra acechante, hasta que tuviste pesadillas, terrores nocturnos y sueños terroríficos en los que chillabas de puro miedo.

Oh, ojalá no hubiese sucedido. Ojalá tanto dolor no se hubiese desperdigado; no era necesario...Si tan solo me hubieses escuchado cuando traté de explicártelo... pero ya no estás, te has ido, y por eso te mando esto. Para que sepas cuánto siento haberte hecho sufrir.

Ojalá sepas perdonarme... por haberte llamado cada día desde un lugar distinto, desde un número diferente, para que nunca sospecharas de mi ubicación, y haber susurrado tu nombre para que este te causara escalofríos, y así reconocieras mi voz como tu peor augurio,y lloraras y temblaras de miedo al oírme...

Perdóname...por haber ido hasta tu casa... por haber abierto esa puerta y susurrar tu nombre para que supieras que estaba allí, y que corrías peligro; por haberme hecho notar en la casa, riéndome cuando corriste a esconderte de mí en el armario, y haber ido dando fuertes pasos sobre el suelo, marcando tus últimos latidos con mis botas desgastadas; Discúlpame, por haber ido deslizando mi cuchillo sobre la pared, arañando la pintura y provocando que se te helara la sangre en las venas, hasta llegar hasta ese armario.

Espero, de veras que ansío que leas esta carta y me perdones por haber abierto la puerta. Oh, puede haberla dejado cerrada, pude haberte dejado una carta como esta en el suelo, pidiéndote disculpas, susurrar ''Lo siento'' junto al armarito, dar media vuelta y marcharme, pero no... Abrí la puerta, y alcé mi cuchillo...
 
Espero que sepas perdonarme. Lo siento muchísimo.


Tu admirador


Víctor alza la cabeza del papel y mira a su alrededor desde su posición, tumbado bocabajo en el suelo; Cualquiera que lo viera desde fuera diría que es como una niña escribiendo alegremente en su diario, con las piernas dobladas, dispuestas hacia arriba, y los codos incados en el suelo, sujetando su cabeza cuyo rostro sonríe. Observa una vez más el pequeño armario, abierto de par en par, y en cuyo interior cabría una persona adulta, si se encogía un poco. Se levanta del suelo ágilmente y recoge el papel escrito, mientras echa otro vistazo más a la chica que yace sobre el mármol.
Es una escena tan macabra como hermosa. Clava la mirada en los ojos abiertos de ella, unos ojos vacíos que ya no miran hacia ninguna parte, aunque apuntan al techo. Su rostro aún está desfigurado en una mueca de terror, la mandíbula desencajada; pero lo que más llama la atención en su cuerpo, es una profunda raja que le cruza el cuello. El asesino sonríe; no de la manera en que sonríe quien acaba de cometer un asesinato premeditado, con satisfacción y maldad; no, él sonríe como una madre que mira a su recién nacido, con dulzura. Con lástima. Y lamentación.
Dobla con la delicadeza de unas manos asesinas, haciendo coincidir todas las esquinas para que resultase un rectángulo perfecto. Deja el papel sobre el pecho del cadáver y, soplando un beso hacia ella como despedida, sale cerrando la puerta tras de sí. Y a pesar de estar cerrada, un charco de sangre se filtra por debajo de esta. Vuelve a sonreír al verse reflejado en el líquido rojo, da media vuelta y se marcha con la misma lentitud y parsimonia con que vino, marcando cada paso.
Los pasos de un asesino.