domingo, 20 de noviembre de 2011

Miradas.

Mis pensamientos viajaban lejos de aquel bullicio sin fin. No era consciente de muchas cosas, tales como el ruido de la gente hablando y hablando sin parar, puertas al abrirse y volverse a cerrar, pasos a mi alrededor...
El tiempo, al fin, se había detenido.

¿Era aquello ... posible?

Noto sobre mí algo intangible. Como una brisa, o un rayo de sol, algo que puedo sentir rozando mi piel.
Me giro ... y ahí está.

Esa mirada pícara, que se me clava en los huesos y me traspasa el alma. A través de esos ojos verdes que me hipnotizan y no ocultan su osadía...
Una oleada de sentimientos me invade, más bien como un tsunami, que arrasa y destruye todo a su paso y no deja rastro; es tan diferente esto de cualquier otra cosa que haya experimentado jamás...
¡Sus labios!, me recuerda una voz interna, ¡no olvides hablar de sus labios!

Y es que algo así no se olvida. Porque sueño con su boca día y noche, despierta y dormida; porque no dejo de pensar en sus brazos, que aún no me sostienen, y en su forma de ser, que  no hace más que tirar de mí como si llevase un hilo atado a la cintura.
Todo me sacude por dentro y explosiona en mi interior, ¿qué decir en un momento así? Un momento en que dos miradas se encuentran, se unene y no se separan nunca más.
Es dulce pensar en la realidad de todo esto. Porque no es ninguna ilusión, no es un sueño, no es una invención de mi subsconciente. Es auténtico, está ahí, lo puedo ver y sentir aunque no lo toquen mis dedos.

Me sonríe, y me contagia su sonrisa. Quisiera abrazarle en ese mismo instante.
Y en medio de aquella charla interna que carece de palabras o sonido, él susurra:

-Te quiero.
Y ya nada me hace retroceder ... nunca más.